lunes, 3 de mayo de 2010

Testimonio. Relato breve.

Relatos breves.


Testimonio.


El principal testigo del hecho policial en la residencia del laureado poeta Javier Basualdo Orly fue una vecina. Ocupa la casa lindera a la del famoso poeta y conocía a su mujer desde siempre, ya que habían transitado juntas los años de la infancia. El oficial de policía que la interrogó obtuvo de ella el testimonio que sigue. Me he permitido ordenar un poco las oraciones y cambiar algunos vocablos, tras paciente desgrabación de una cinta de audio.

-No se llevaban bien, es verdad. A veces, los gritos de sus peleas me llegaban hasta la cocina, amortiguados por la paredes. En algunas ocasiones, a pesar de ese obstáculo de las paredes, y entremezclados con los ruidos de la calle o de la televisión, me llegaban, claras, las palabras. Se peleaban por cualquier cosa. Anoche, por ejemplo, él le pidió a los gritos que bajara el volumen del televisor. La forma en que gritó ese pedido me dio en pensar que había habido otros pedidos previos, en otro tono, y que ella los había desoído. Es más: estoy segura de que ella que subió más el volumen del televisor. Tienen uno de ésos con muchos parlantes, ¿vio?... Últimamente ella lo odiaba, sabe. Antes, cuando ganaba buenas sumas de dinero por la venta de sus libros, se llevaban bien. Y en esos años en que él fue figura de la televisión, también. Cuando fueron de safari a África, creo que en el setenta y nueve, ella hizo poner un pasacalle como si fuera hecho por compañeros de él. Pero yo sé que había sido ella. En esa época no eran comunes los pasacalles; el único que los hacía era un primo mío, letrista de profesión, y él me dijo que ella se lo había encargado. No sé, creo que durante quince o veinte años se llevaron bien. Luego, con el paso de los años, la fama de él decayó y sus libros no se vendían. A veces venía algún periodista a hacerle alguna nota; en esas ocasiones Ofelia vestía sus mejores ropas, se maquillaba y compraba gaseosas y masitas secas para recibir a los periodistas. Yo tengo videos de algunas de esas entrevistas, que ella misma me regaló. Pero, hace como cinco años que no viene nadie, ni periodistas, ni nadie. Bueno, la semana pasada vino un músico conocido, pero estuvo un rato nomás. Anoche, le decía, él le pedía a los gritos que bajara el volumen del televisor. "Tengo que escribir, ¿no entendés? Apagá esa mierda, querés". Perdone usted, oficial, pero eso es lo que decía. Se refería a un programa de juegos que hay en la tele; muros de cartón, participantes que se caen, o se tiran, eso, un programa de esos, que él no soportaba. Ella lo ponía a todo volumen, y reía con cada escena del programa. Fue entonces cuando oí el tiro. en realidad, antes se oyeron otros ruidos, como golpes de cosas pesadas contra el piso. Después, el tiro. Uno solo. Y después, el silencio. Yo lo llamé a mi marido, que ya estaba durmiendo, porque él se tiene que levantar a las tres de la mañana para ir a trabajar. Tiene como dos horas de viaje... Bueno, lo desperté y le dije: "Francisco, Francisco, me parece que el loco de al lado mató a la Ofelia."

-Por qué le decía "el loco", señora. (La pregunta del policía fue directa).

-¿No le dije que era poeta? Era medio loco, como todos los poetas. Bueno: como le decía: llamé a mi marido y se levantó. Salió a la calle y no vio nada. Yo le pedí que tocara el timbre, pero el no quiso. Entonces yo marqué el número del teléfono de ellos. Algo se me habría de ocurrir para justificar la llamada. Entonces me atendió él, y con una voz muy rara me dijo: "Nelly, llame a la policía, ¿quiere?" Y entonces los llamé a ustedes. Bueno, al noveciento once, bah. Eso es todo lo que puedo decirle.

-¿Y usted no le preguntó por su amiga?

-Sí, claro, le pregunté: "¿Qué pasó? ¿Ofelia está bien?". Pero él no contestó. Cortó. No me dió tiempo para decir nada. Ni de gritarle ¡asesino!, ¿por qué la mataste, basura? Nada. ¡Pobre Ofelia! ¡Sufrió toda su vida con ese vago medio loco! ¡Y terminar así!

-Su amiga no tiene nada, señora. Está en estado de shock, pero no tiene nada. El que recibió el tiro era un chorrito de mala muerte que se había metido en la casa. Un chiquilín, de quince o dieciséis. Además, desarmado. Es decir, el chorro tenía una navaja, nada más. Pero parece que su vecino no dudó en tirarle un escopetazo que lo mató en el acto. Por eso le preguntaba por qué lo llamaba "loco". Por ahí, lo que me quería decir usted con eso de "loco" es que es violento, que le pega a ella, que tiene pelesas con los vecinos, que es de matonear, ésas cosas...

-¡No, señor! ¿Cómo se le ocurre? ¿Javier? Si Javier es un pan de Dios. ¿La puedo ir a ver, señor?

-No, señora. Todavía está el chico ahí, tirado, con la cabeza reventada. No es un espectáculo agradable..

-¡Mire si me voy a conmover por un negrito de mierda!

Ernesto. Peralta, el oficial a cargo del hecho, miró mi grabador, luego me miró a los ojos y, en un par de segundos, sus músculos compusieron un gesto de significado inequívoco: Negro: si querés, publicalo nomás.


Alfredo Arri. (Theodoro) mayo 2010

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