Reflexiones insubstanciales.
Licencias de personalidad
Reflexiones inmaduras de un madurito en red.
A “Gloria”
Hoy he recibido carta de una vieja amiga de estos pagos cibernéticos. No son estas líneas que siguen, ni mucho menos, respuesta a esa carta. Tal misiva es privada, y privada debería ser la respuesta. Debería digo, porque me está vedado responderla por ahora. Pero esa carta, afectuosa, escrita desde el corazón, me produjo sensaciones variadas que quiero ahora exponer aquí.
Sensaciones variadas dije. Por ejempo alegría, a causa un grato reencuentro virtual; o amistad, por la confianza en contarme alguna que otra cosa de su familiaridad; y también una pizca de presunción (vanidosa), por las cosas agradables que ella decía de mí en su carta; y, finalmente, la necesidad de echar al viento algunas reflexiones surgidas después de su lectura. Reflexiones acerca de algo que ya tenía por superado pero que, al parecer, no es así. O, al menos, algo sobre lo que siempre se puede dar una vuelta de tuerca más.
El tema es así: Ella me dice en su carta que se acuerda de mí por dos cosas: por mi intervención activa en la red, o sea por mis palabras; y, la segunda, por la imagen que en aquel momento presenté de mí.
Dejemos de lado mis palabras. Ellas no han variado nunca. Las que fueron por aquellos clubes foreros han sido y son en ésta, mi casa bloguera. Como buen madurito que soy, las modificaciones de ideas, conceptos, creencias, preferencias no son de aceptación nada fácil. Uno tiene su cosmovisión más o menos estructurada y ya. Y en ese sentido, siempre obré en estos pagos cibernéticos fiel a esa cosmovisión.
Pero otra cosa es la imagen, el aspecto. Uno, en su etapa vacilante de cibernauta principiante, pone un avatar cualquiera. La elección de la imagen parece inocente, pero tal vez no lo sea tanto.
Desde el principio vale la aclaración: mi caso no ha sido el del camionero físicamente baldado que se hace pasar por Brad Pitt o… por Lulú. No. Nada de eso. Siempre fui llano con los datos de mi género, edad, estado civil, preferencia sexual, domicilio o localidad. Al principio eludí el nombre verdadero, pero eso duró apenas unas semanas. Así que nada de mi filiación personal fue alterada para ser presentada en la red. Siempre de frente march, como decimos por aquí.
Salvo el avatar, cuyo uso prolongué por dos años o más. Al principio me resultaba más correcto - cibernéticamente correcto- mostrarme con una imagen que tenía por más apropiada para la red que que la propia imagen.
Esta amiga de la carta me conoció con aquél avatar y no con la fotografía de mi rostro que hoy luzco (perdón por el verbo), tanto en mis blogs como en cualquier otro sitio de la red en el que intervengo. Mi amiga tiene, pues, una imagen de mi aspecto que, al adosarla a mis palabras, le dio una idea de una personalidad que, si bien se podría parecer en algún punto a la mía, no es del todo la mía. O es la mía en algún punto. O sea: no es la mía.
Veamos. Aquél avatar era la imagen fotografiada de un famoso irónico. O irónico famoso. Creo que la elegí más por la ironía como sustantivo que como adjetivo. Oportuno, ingenioso, rápido para la réplica de humor. Así era este personaje famoso en vida. Y la verdad que… nada que ver conmigo.
Mi escasa aunque a veces afortunada ingeniosidad no ha sido nunca fruto de la rapidez de una personalidad chispente, sino de la elaboración meditada, rebuscada (en el sentido de buscar y buscar y buscar), y, por supuesto, propia de la de quien es prudente para la réplica, más bien un retraído. Tirando a hosco, digamos.
En otras palabras: mi primitiva personalidad social virtual, por llamarla de alguna manera, no se correspondía en absoluto con la personalidad social real que he sobrellevado por años en la vida cotidiana.
En ésta pertenezco al gremio de los hoscos. Hosco, vos sabés…: retraído, huraño, áspero, desabrido, seco. Para hablar con franqueza, un asco de tipo.
Socialmente hablando, se entiende. En la familiaridad, con aquellos con quienes el trato frecuente me permite mostrarme de otra forma, suelo mostrarme, pues, de esa otra forma. Más admisible. Pero con los extraños no. Y los extraños, para mí, son tales hasta que no demuestren lo contrario.
¿De dónde sacaste al aparato éste?, podía preguntar un extraño -refiriéndose a mí-, a un amigo que me había llevado a una reunión social. ¡Ja! No: dale tiempo… es un tipo macanudo, respondía mi amigo. Y con el tiempo, y no poco tiempo, el ex extraño terminaba diciéndome: Y pensar que cuando te conocí…
Con el tiempo aprendí que uno, en realidad, no tiene interés en mantener trato frecuente con la inmensa, abrumadora mayoría de sus congéneres. Así, mi privación para el trato social rápido, inmediato, me permitió zafar de varios centenares (por no decir miles) de insufribles zopencos. Claro… también me cerró las puertas para que pudiera ingresar la oportunidad de conocer a algún semejante interesante. Pero, la verdad, solía pensar con convicción, si el semejante es tal, o sea, semejante a mí, no podía ser interesante.
¡Ja! Resulta que al escribir esto último he caído en la cuenta de que aquel irónico famoso que fue mi rostro durante más de dos años en la red, había dejado para la posteridad una ironía impecable: No quiero partenecer a un club en el cual reciban a miembros como yo. O algo así. La idea es ésa y es igual a aquélla. O sea, se confirma aquello de que el personaje de la foto del avatar y yo, en un punto al menos, coincidimos.
Pues, sí: Aquí mismo quería llegar. A que las casualidades no se dan por casualidad. ¿Hasta qué punto aquella elección de avatar fue caprichosa? ¿Existen los caprichos cabales? ¿O, al mostrarse caprichoso, uno está actuando movido por poderosas fuerzas interiores, a las que uno no puede gobernar por la sencilla razón –entre otras razones menores- de que no las conocemos? “Aún cuando el hombre puede hacer lo que quiere, no puede, sin embargo, querer lo que quiera”, ha sentenciado Schopenhauer, según citaba Einstein.
Al “ilustrar” mi filiación real con la imagen de un irónico célebre, ¿no estaba diciéndome que en realidad hubiese querido poseer esas cualidades que el célebre irónico del avatar tenía y por las cuales ha sido, y aun es a pesar de haber muerto, celebrado por las multitudes? Creo que sí.
Lo mío, como lo de muchos otros en la red, había sido una mínima afectación, un acto de simulación venial. Por supuesto que dejamos de lado a los camioneros que se hacen llamar Lulú… o Brad Pitt. Hablo de las personas corrientes, que nos mostramos tales como somos pero… un poquitito mejorados. Algo así como retocados por un photo shop de la personalidad. Pero, ¿con qué finalidad?
Creo que la finalidad más obvia para que alguien haga esto de darse con el photo shop sobre su personalidad social, en la red, es para seducir.
Entonces va la pregunta: Mi personalidad en la vida real no seduce por sí misma y sólo me he mostrado seductor cuando la necesidad hormonal me obligó a serlo. Forzadamente. Simulaba cualidades que no tenía, simulaba ser lo que no era, nada más que para el levante, para el ligue. Entonces, ¿por qué querría seducir a nadie en la vida virtual?
Dejando de lado el sexo (que, tratándose de un mundo virtual, el sexo carece de toda operatividad como no sea la tradicional puñeta que uno obtiene con recursos menos trabajosos que el escribir horas y horas en una página social en la red), querer seducir en la red, así, al voleo, tal vez apunte nada más que a seducirse uno mismo, a mostrarse como lo que no se es pero que le hubiese gustado ser por el puro gusto de verse como tal.
Es una explicación posible. Pero hay otra, que sube un peldaño más en la conjetura: Tal vez se trate de querer mostrarse como uno realmente es en el fondo de su espíritu pero que en la vida real, por circunstancias diversas, no queremos ser. A ver: en mi caso, ¿no será que en el fondo de mí soy como el tipo del avatar y me le prohibí durante la mayor parte de mi vida, forzándome a ser hosco, seco, huraño, etc. etc., por razones que desconozco pero que debieron ser poderosas?
Lo dicho sería el equivalente al ejemplo del homosexual que al cabo de mil años de fingir una incómoda heterosexualidad, finalmente decide salir del ropero. Algo así.
Tal vez, sólo tal vez, al elegir el avatar famoso del famoso irónico, no oculté mi imagen física por el ocultamiento de la misma (no doy mal en las fotos, ni me he quejado nunca de mi humanidad), sino más bien que lo que quise fue mostrar mi verdadera (y negada) personalidad, a través de un rostro prestado.
Ése, el rostro del irónico famoso sería, así, el rostro que encajase en el tipo que en el fondo acaso soy y que nunca me permití ser. Dejando lo de famoso de lado, o mejor aún, interpretando famoso por popular. ¿Se entiende la idea? Creo que sí.
La explicación es interesante y con ella debía estar colmada mi curiosidad reflexiva. Pero sucedió lo siguiente: Después de mi experiencia de relacionarme socialmente en la red advertí que, poco a poco, comenzaba a comportarme en la vida real del modo en que esa personalidad virtual se comportaba en la red. De súbito, un día me di cuenta de que me estaba permitiendo licencias de comportamiento social que tenía absolutamente extrañas para mí y por lo tanto inadecuadas para mi personalidad.
Curiosamente, el resultado de esas licencias de personalidad fue sorprendente para mí: el prójimo, el semejante, reaccionaba frente a mis ocurrencias, chascarrillos, chanzas, comentarios irónicos, etc., de una manera positiva, como nunca antes me había sucedido. Nunca. Excepto, claro, en aquellas ocasiones en las que, como dije, con fines de levante o ligue simulaba una personalidad distinta a la de todos los días. Pero aquellas jornadas de simulación con miras al levante tenían ese carácter de tales en forma consciente. Simulaba. Es decir, me mostraba como no era para…
Con lo cual surge esta duda: Es probable que la elección del avatar fuese, como conjeturé, mostrarme como en el fondo soy y nunca me permití ser. Pero también es probable que me mostrara con modificaciones de mi personalidad social con el mismo propósito que en aquellas jornadas de levante, es decir, con un propósito utilitario. Digamos, para seducir.
Pero, si esto hubiese sido así, es decir, si hubiese estado simulando en la red con algún fin utilitario ¿por qué me sentí impulsado a mostrarme también en la vida real en correspondencia con aquella personalidad virtual? En otros términos: ¿Con qué finalidad se me dio por seguir la simulación (si hubiese sido realmente tal) de ser un tipo sociable, simpático? Porque en la vida real, lo digo de una, lo que menos ganas tengo es de seducir a nadie, en términos de seducción sexual. No estoy para eso. Tengo tantos problemas (algunos graves) que lo sexual, y sobre todo a mi edad, es el último de mis propósitos. No es que hubiere perdido mi sexualidad, lo cual es fisiológicamente imposible. Simplemente es que el último de mis deseos en estos días es el de reparar siquiera en lo sexual.
Entonces no tengo más alternativa que aceptar mi conjetura inicial: si hay alguien a quien he querido seducir, tanto en la red como en la vida real luego de ensayar esa otra personalidad en la red, ha sido a mí mismo. Es decir, regodearme de mí mismo por mi comportamiento como un tipo sociable, amigable, fácilmente tratable, casi casi extrovertido. Mostrarme menos hosco. O sea, obtener en la calle, en la vida real cotidiana, pequeñas, efímeras, fugaces pero gozosas grageas de felicidad. Con la ayuda, obvio, de ese ser tan despreciable, el prójimo menos próximo, el extraño, el semejante extraño no familiar.
Si así fue de verdad, debo admitir que el esfuerzo ha merecido la pena. No sólo porque me causa placer mi nuevo perfil agradable –módico, pero eficaz-, sino porque mostrarme de este modo es mucho más sencillo de lo que jamás creí.
He aprendido a ser levemente agudo, módicamente salado, aceptablemente ingenioso con mi prójimo extraño. Y me gustó el resultado. Ahora sé que debo aprender a retribuir a ese prójimo, a ese semejante, las efímeras, fugaces pero gozosas grageas de felicidad que mi nueva personalidad obtiene de ellos. A los semejantes de la vida real y a los de la vida virtual.
Sólo me falta, hoy, la paz interior para completar esa educación. Ando mal porque lo que debo afrontaren el futuro inmediato me obliga a sentirme irremediablemente mal. Pero algún día, tal vez no lejano, pueda recuperar la paz interior, concluir con esa educación sentimental, y permitirme muchas más licencias de personalidad. Ser atento, considerado, amigo. Incluso, hasta podría contestar las cartas de mis amigos virtuales, o visitar a mis amigos reales.
Cuando ese día llegue, saldré a la calle -la real y la virtual- con el rostro de aquel viejo avatar del irónico célebre… ¿Qué? ¿Dicen ustedes que ese rostro no es el mío propio? ¡Ja!
Sensaciones variadas dije. Por ejempo alegría, a causa un grato reencuentro virtual; o amistad, por la confianza en contarme alguna que otra cosa de su familiaridad; y también una pizca de presunción (vanidosa), por las cosas agradables que ella decía de mí en su carta; y, finalmente, la necesidad de echar al viento algunas reflexiones surgidas después de su lectura. Reflexiones acerca de algo que ya tenía por superado pero que, al parecer, no es así. O, al menos, algo sobre lo que siempre se puede dar una vuelta de tuerca más.
El tema es así: Ella me dice en su carta que se acuerda de mí por dos cosas: por mi intervención activa en la red, o sea por mis palabras; y, la segunda, por la imagen que en aquel momento presenté de mí.
Dejemos de lado mis palabras. Ellas no han variado nunca. Las que fueron por aquellos clubes foreros han sido y son en ésta, mi casa bloguera. Como buen madurito que soy, las modificaciones de ideas, conceptos, creencias, preferencias no son de aceptación nada fácil. Uno tiene su cosmovisión más o menos estructurada y ya. Y en ese sentido, siempre obré en estos pagos cibernéticos fiel a esa cosmovisión.
Pero otra cosa es la imagen, el aspecto. Uno, en su etapa vacilante de cibernauta principiante, pone un avatar cualquiera. La elección de la imagen parece inocente, pero tal vez no lo sea tanto.
Desde el principio vale la aclaración: mi caso no ha sido el del camionero físicamente baldado que se hace pasar por Brad Pitt o… por Lulú. No. Nada de eso. Siempre fui llano con los datos de mi género, edad, estado civil, preferencia sexual, domicilio o localidad. Al principio eludí el nombre verdadero, pero eso duró apenas unas semanas. Así que nada de mi filiación personal fue alterada para ser presentada en la red. Siempre de frente march, como decimos por aquí.
Salvo el avatar, cuyo uso prolongué por dos años o más. Al principio me resultaba más correcto - cibernéticamente correcto- mostrarme con una imagen que tenía por más apropiada para la red que que la propia imagen.
Esta amiga de la carta me conoció con aquél avatar y no con la fotografía de mi rostro que hoy luzco (perdón por el verbo), tanto en mis blogs como en cualquier otro sitio de la red en el que intervengo. Mi amiga tiene, pues, una imagen de mi aspecto que, al adosarla a mis palabras, le dio una idea de una personalidad que, si bien se podría parecer en algún punto a la mía, no es del todo la mía. O es la mía en algún punto. O sea: no es la mía.
Veamos. Aquél avatar era la imagen fotografiada de un famoso irónico. O irónico famoso. Creo que la elegí más por la ironía como sustantivo que como adjetivo. Oportuno, ingenioso, rápido para la réplica de humor. Así era este personaje famoso en vida. Y la verdad que… nada que ver conmigo.
Mi escasa aunque a veces afortunada ingeniosidad no ha sido nunca fruto de la rapidez de una personalidad chispente, sino de la elaboración meditada, rebuscada (en el sentido de buscar y buscar y buscar), y, por supuesto, propia de la de quien es prudente para la réplica, más bien un retraído. Tirando a hosco, digamos.
En otras palabras: mi primitiva personalidad social virtual, por llamarla de alguna manera, no se correspondía en absoluto con la personalidad social real que he sobrellevado por años en la vida cotidiana.
En ésta pertenezco al gremio de los hoscos. Hosco, vos sabés…: retraído, huraño, áspero, desabrido, seco. Para hablar con franqueza, un asco de tipo.
Socialmente hablando, se entiende. En la familiaridad, con aquellos con quienes el trato frecuente me permite mostrarme de otra forma, suelo mostrarme, pues, de esa otra forma. Más admisible. Pero con los extraños no. Y los extraños, para mí, son tales hasta que no demuestren lo contrario.
¿De dónde sacaste al aparato éste?, podía preguntar un extraño -refiriéndose a mí-, a un amigo que me había llevado a una reunión social. ¡Ja! No: dale tiempo… es un tipo macanudo, respondía mi amigo. Y con el tiempo, y no poco tiempo, el ex extraño terminaba diciéndome: Y pensar que cuando te conocí…
Con el tiempo aprendí que uno, en realidad, no tiene interés en mantener trato frecuente con la inmensa, abrumadora mayoría de sus congéneres. Así, mi privación para el trato social rápido, inmediato, me permitió zafar de varios centenares (por no decir miles) de insufribles zopencos. Claro… también me cerró las puertas para que pudiera ingresar la oportunidad de conocer a algún semejante interesante. Pero, la verdad, solía pensar con convicción, si el semejante es tal, o sea, semejante a mí, no podía ser interesante.
¡Ja! Resulta que al escribir esto último he caído en la cuenta de que aquel irónico famoso que fue mi rostro durante más de dos años en la red, había dejado para la posteridad una ironía impecable: No quiero partenecer a un club en el cual reciban a miembros como yo. O algo así. La idea es ésa y es igual a aquélla. O sea, se confirma aquello de que el personaje de la foto del avatar y yo, en un punto al menos, coincidimos.
Pues, sí: Aquí mismo quería llegar. A que las casualidades no se dan por casualidad. ¿Hasta qué punto aquella elección de avatar fue caprichosa? ¿Existen los caprichos cabales? ¿O, al mostrarse caprichoso, uno está actuando movido por poderosas fuerzas interiores, a las que uno no puede gobernar por la sencilla razón –entre otras razones menores- de que no las conocemos? “Aún cuando el hombre puede hacer lo que quiere, no puede, sin embargo, querer lo que quiera”, ha sentenciado Schopenhauer, según citaba Einstein.
Al “ilustrar” mi filiación real con la imagen de un irónico célebre, ¿no estaba diciéndome que en realidad hubiese querido poseer esas cualidades que el célebre irónico del avatar tenía y por las cuales ha sido, y aun es a pesar de haber muerto, celebrado por las multitudes? Creo que sí.
Lo mío, como lo de muchos otros en la red, había sido una mínima afectación, un acto de simulación venial. Por supuesto que dejamos de lado a los camioneros que se hacen llamar Lulú… o Brad Pitt. Hablo de las personas corrientes, que nos mostramos tales como somos pero… un poquitito mejorados. Algo así como retocados por un photo shop de la personalidad. Pero, ¿con qué finalidad?
Creo que la finalidad más obvia para que alguien haga esto de darse con el photo shop sobre su personalidad social, en la red, es para seducir.
Entonces va la pregunta: Mi personalidad en la vida real no seduce por sí misma y sólo me he mostrado seductor cuando la necesidad hormonal me obligó a serlo. Forzadamente. Simulaba cualidades que no tenía, simulaba ser lo que no era, nada más que para el levante, para el ligue. Entonces, ¿por qué querría seducir a nadie en la vida virtual?
Dejando de lado el sexo (que, tratándose de un mundo virtual, el sexo carece de toda operatividad como no sea la tradicional puñeta que uno obtiene con recursos menos trabajosos que el escribir horas y horas en una página social en la red), querer seducir en la red, así, al voleo, tal vez apunte nada más que a seducirse uno mismo, a mostrarse como lo que no se es pero que le hubiese gustado ser por el puro gusto de verse como tal.
Es una explicación posible. Pero hay otra, que sube un peldaño más en la conjetura: Tal vez se trate de querer mostrarse como uno realmente es en el fondo de su espíritu pero que en la vida real, por circunstancias diversas, no queremos ser. A ver: en mi caso, ¿no será que en el fondo de mí soy como el tipo del avatar y me le prohibí durante la mayor parte de mi vida, forzándome a ser hosco, seco, huraño, etc. etc., por razones que desconozco pero que debieron ser poderosas?
Lo dicho sería el equivalente al ejemplo del homosexual que al cabo de mil años de fingir una incómoda heterosexualidad, finalmente decide salir del ropero. Algo así.
Tal vez, sólo tal vez, al elegir el avatar famoso del famoso irónico, no oculté mi imagen física por el ocultamiento de la misma (no doy mal en las fotos, ni me he quejado nunca de mi humanidad), sino más bien que lo que quise fue mostrar mi verdadera (y negada) personalidad, a través de un rostro prestado.
Ése, el rostro del irónico famoso sería, así, el rostro que encajase en el tipo que en el fondo acaso soy y que nunca me permití ser. Dejando lo de famoso de lado, o mejor aún, interpretando famoso por popular. ¿Se entiende la idea? Creo que sí.
La explicación es interesante y con ella debía estar colmada mi curiosidad reflexiva. Pero sucedió lo siguiente: Después de mi experiencia de relacionarme socialmente en la red advertí que, poco a poco, comenzaba a comportarme en la vida real del modo en que esa personalidad virtual se comportaba en la red. De súbito, un día me di cuenta de que me estaba permitiendo licencias de comportamiento social que tenía absolutamente extrañas para mí y por lo tanto inadecuadas para mi personalidad.
Curiosamente, el resultado de esas licencias de personalidad fue sorprendente para mí: el prójimo, el semejante, reaccionaba frente a mis ocurrencias, chascarrillos, chanzas, comentarios irónicos, etc., de una manera positiva, como nunca antes me había sucedido. Nunca. Excepto, claro, en aquellas ocasiones en las que, como dije, con fines de levante o ligue simulaba una personalidad distinta a la de todos los días. Pero aquellas jornadas de simulación con miras al levante tenían ese carácter de tales en forma consciente. Simulaba. Es decir, me mostraba como no era para…
Con lo cual surge esta duda: Es probable que la elección del avatar fuese, como conjeturé, mostrarme como en el fondo soy y nunca me permití ser. Pero también es probable que me mostrara con modificaciones de mi personalidad social con el mismo propósito que en aquellas jornadas de levante, es decir, con un propósito utilitario. Digamos, para seducir.
Pero, si esto hubiese sido así, es decir, si hubiese estado simulando en la red con algún fin utilitario ¿por qué me sentí impulsado a mostrarme también en la vida real en correspondencia con aquella personalidad virtual? En otros términos: ¿Con qué finalidad se me dio por seguir la simulación (si hubiese sido realmente tal) de ser un tipo sociable, simpático? Porque en la vida real, lo digo de una, lo que menos ganas tengo es de seducir a nadie, en términos de seducción sexual. No estoy para eso. Tengo tantos problemas (algunos graves) que lo sexual, y sobre todo a mi edad, es el último de mis propósitos. No es que hubiere perdido mi sexualidad, lo cual es fisiológicamente imposible. Simplemente es que el último de mis deseos en estos días es el de reparar siquiera en lo sexual.
Entonces no tengo más alternativa que aceptar mi conjetura inicial: si hay alguien a quien he querido seducir, tanto en la red como en la vida real luego de ensayar esa otra personalidad en la red, ha sido a mí mismo. Es decir, regodearme de mí mismo por mi comportamiento como un tipo sociable, amigable, fácilmente tratable, casi casi extrovertido. Mostrarme menos hosco. O sea, obtener en la calle, en la vida real cotidiana, pequeñas, efímeras, fugaces pero gozosas grageas de felicidad. Con la ayuda, obvio, de ese ser tan despreciable, el prójimo menos próximo, el extraño, el semejante extraño no familiar.
Si así fue de verdad, debo admitir que el esfuerzo ha merecido la pena. No sólo porque me causa placer mi nuevo perfil agradable –módico, pero eficaz-, sino porque mostrarme de este modo es mucho más sencillo de lo que jamás creí.
He aprendido a ser levemente agudo, módicamente salado, aceptablemente ingenioso con mi prójimo extraño. Y me gustó el resultado. Ahora sé que debo aprender a retribuir a ese prójimo, a ese semejante, las efímeras, fugaces pero gozosas grageas de felicidad que mi nueva personalidad obtiene de ellos. A los semejantes de la vida real y a los de la vida virtual.
Sólo me falta, hoy, la paz interior para completar esa educación. Ando mal porque lo que debo afrontaren el futuro inmediato me obliga a sentirme irremediablemente mal. Pero algún día, tal vez no lejano, pueda recuperar la paz interior, concluir con esa educación sentimental, y permitirme muchas más licencias de personalidad. Ser atento, considerado, amigo. Incluso, hasta podría contestar las cartas de mis amigos virtuales, o visitar a mis amigos reales.
Cuando ese día llegue, saldré a la calle -la real y la virtual- con el rostro de aquel viejo avatar del irónico célebre… ¿Qué? ¿Dicen ustedes que ese rostro no es el mío propio? ¡Ja!
Alfredo Arri (Theodoro)
Publicado en feb 2009 en el viejo blog Theodoro y el perro filósofo.
Hay allí cuatro comentarios de mis amigos virtuales.
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