Razón.
Todo tiene su razón de ser aunque no conozcamos el ser de esa razón, y en general de ninguna razón. Razonar es nuestro oficio exclusivo y ese don nos permite mirar por encima del hombro (por así decirlo, de algún modo), al resto de los seres móviles. Algo así como el derecho a olvidar la zoología y despreciar a todos los Darwin habidos y por haber.
El hecho cierto de que pocos hombres ejerzan ese oficio no invalida la universal posibilidad del mismo. Los que no lo ejercitamos, no necesitamos preocuparnos por la falta: Hay otros que lo hacen por nosotros. Y, además, lo hacen con gusto. Es el trabajo de ellos. Obramos distinto los hombres con la razón. Pero eso sí: igualdad para todos. Razonar o no razonar no da derecho a la desigualdad. Por algo hemos ganado la democracia, que es hija de la razón. De la razón de unos pocos para todos pero razón al fin.
El día que todos nos decidamos a ejercer ese oficio: otra podría ser la historia. Pero la veo difícil. Es más cómodo que algún otro discurra por mí; y la comodidad es un bien preciado que no tengo por qué resignar en aras de la estúpida razón por mano propia.
Por mano propia… lo que se dice por mano propia: la justicia, si me provocan lo suficiente; y alguna módica alegría en los ratos libres, desgraciadamente escasos. Lo demás: que otros lo hagan por mí. ¿No pago mis impuestos acaso? ¡Claro que sí! ¡Viva la libertad de no pensar más por mí! ¡Vivan las oligarquías que discurren en nombre de todos! ¡Vivan las élites del pensamiento que sobrellevan la carga de pensar por mí! ¡Viva la democracia!
Alfredo Arri (Theodoro)
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