sábado, 16 de enero de 2010

Venerables.

Reflexiones insubstanciales.


Veneración.
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Goethe ha escrito: Hay en el hombre una fibra de veneración. Para satisfacer ese “instinto de veneración”, incluso en aquellos que carecen del sentido de lo que es verdaderamente respetable, tiene, como sucedáneo de éste, los príncipes y las familias reales, la nobleza, los blasones y las talegas de dinero.
Arthur Schopenhauer. En torno a la filosofía, Aforismos psicológicos.



Este aforismo ha sido válido aun en nuestras tierras sudamericanas, en las cuales el republicanismo es algo así como un agregado al genoma humano de todos nosotros, los bárbaros sudamericanos.

En efecto: a falta de nobleza autóctona, nuestra tilinguería nacional ha venerado desde siempre a los estancieros ricos de la vieja oligarquía terrateniente porque éstos, a su vez, como buenos admiradores de la nobleza europea, o bien viajaban a Europa a codearse con ellos, o bien los traían a estas tierras para mostrarse junto a ellos.

Práctica esta última que representaba algo así como los indígenas patagónicos que Charles Darwin se alzó de la Patagonia para exhibirlos como curiosidad entre los europeos, pero al revés.

Todavía hay entre nosotros nostálgicos de la visita de la Infanta Carlota para el Centenario como el colmo de los honores que la nobleza europea nos pudo haber dispensado como antiguos súbditos de la Corona. Claro que nuestros oligarcas terratenientes de entonces que le armaron el paquete turístico a la regente, se cuidaron muy bien de mantener a la ilustre Infanta alejada de la plebe pues se corría el riesgo de que ésta descubriese que la heredera de la corona española hablaba como una vulgar gallega. La humorada es de Borges, claro, pero no tengo por qué desaprovecharla.

Es fama que nuestra oligarquía rastaquouere viajaba a las europas llevándose algunas holando-argentino en las cubiertas de los transatlánticos para tener a la mano la leche fresca todas las mañanas. Los plebeyos argentinos, embelesados con esa clase venerable, los veneraban a su vez concurriendo ritualmente todos los años a la Exposición Rural, a aplaudir desde las tribunas a la distinguida clase oligarca, luego de tomar un café con leche …auténticamente argentina.

Hoy, en los tiempos del Bicentenario aquella práctica se ha perdido. Pero no es, como dicen algunos, porque en los aviones no se permite llevar vacas a bordo. No, nada de eso.

La pérdida de la costrumbre de codearse con la nobleza europea por parte de nuestros patricios se debe a algo más pedrestre: la negrada de estas tierras, por culpa de los medios de comunicación de masas, ya se ha dado cuenta de que, en la nobleza española, no sólo las infantas, sino todos sus miembros hablan como gallegos corrientes.

Como se han dado cuenta, también, de que los miembros de la corona inglesa tienen tantas historias de cuernos y disputas vulgares por eso que llaman dinero como cualquier familia plebeya del mundo.

En otras palabras, los nobles han perdido su encanto. Y para colmo del desangelamiento de la realeza, los sombreros que usa su majestad la reina de Inglaterra se pueden comprar a diez pesos la docena en las tiendas que venden disfraces para el carnaval. El último desencanto fue el por qué no te callas de don Carlos Borbón, que lo mostró como hecho de la misma madera que el increpado por su majestad real, el ya célebre plebeyo caribeño Hugo Chávez.

Nuestros argentinos de bien se han sentido tan damnificados por esa pérdida del encanto de la nobleza europea que han decidido enviarle a sus mejores hijas para darles un poco de clase. Ahí está Máxima en Holanda. Por ahora, pero en cualquier momento aparecen otras argentinas carismáticas, pulposas y de buenos modales para renovar la alicaída realeza de la vieja Europa.

Mientras esa renovación no se termina de producir, nuestros oligarcas se codean ahora con secretarios regionales del partido comunista chino con los cuales cierran negocios, o logran ser nombrados en cátedras de las universidades bostonianas desde donde gestarán nuevos negocios de alto beneficio para la patria. Para la patria financiera.

Y nuestra sufrida plebe, ¿a quién venera entonces en estos tiempos de depreciación del encanto de la nobleza y de la oligarquía local? Bueno, nuestros plebeyos satisfacen ese instinto de veneración en tres grupos sociales distintos.

Unos, en la veneración de las estrellas de Hollywood o sus representantes locales; otros, en la veneración turística de antiguos monarcas incas o aztecas; y, los terceros, los miembros de una minoriá de nostálgicos supérstites de la Belle Époque, en la veneración de la derecha política local.

Los más pobres y desinformados de la escala social, veneran a los galanes de telenovelas, a las estrellas de la música popular y a los curas, pedófilos o no.

Y todo el mundo, más allá de la clase social a la que pertencece venera, por supuesto, a cualquier personaje que salga en la tapa de la revista Hola, a los cracks del fútbol federado internacional, al Fondo Monetario Internacional, a Barack Obama y a Greenpeace.


Au revoir.

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