sábado, 23 de enero de 2010


Reflexiones insubstanciales.

Cielo.

A veces me pregunto si el cielo es realmente tal como lo vemos, o lo que vemos no es más que una ilusión obrada por la imperfección de los sentidos. Sé, no se me escapa, que esa pregunta es nada más que una forma, si se quiere poética, si se prefiere cándida, de la gran indagación sobre el misterio del cosmos, o de la vida. Sé, no ignoro, que todas las respuestas posibles son válidas: El cielo es lo que nuestros sentidos nos dicen que es; el cielo no es como nuestros sentidos nos cuentan que es; el cielo no nos deja saber como es; el cielo no es. Y sin embargo, estas múltiples respuestas válidas; esta verdad única e inaccesible, despedazada en fragmentos sucesivos de saber o no saber, no sorprende para nada. Lo verdaderamente sorprendente es que el cielo nos apabulla con su belleza en las radiantes tardes límpidas, o con idéntica intensidad nos amenaza con su fiereza en las convulsas noches de tormenta. Nos insolenta con el sol y nos provoca con la luna. El cielo podrá ser, o no ser. Ése es el arcano. Pero, afortunadamente, bajo él transcurren nuestras vidas. Hoy, en la tarde del diecisiete de noviembre del año dos mil ocho del Señor, Buenos Aires tiene el cielo más luminoso, más límpido, más bello de todos los tiempos, de todos los mundos. Con saber eso me basta.

Dame, cielo celeste,
dame un límpido adiós,
que si mañana regresas,
celeste cielo,
si mañana regresas,
aquí estaremos, los dos.


Alfredo Arri (Theodoro.)
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