viernes, 15 de enero de 2010

Tilingo


Reflexiones insubstanciales.

Tilingo.


Hay veces en la que me apena mi condición de simple. No es vergüenza, quiero aclarar y aclaro. No me avergüenza pertenecer a la clase de los simples. Más aún, normalmente siento orgullo de pertenecer a esa clase para la cual el trabajo honesto y las pequeñas alegrías compartidas son algo así como el sostén espiritual de una vida. No: no es vergüenza; es pena. Es imaginar, o creer, con una pizca de dolor, que acaso pude tener una vida más acorde con lo que son, con lo que siempre han sido, mis inclinaciones, mis aficiones, mis anhelos, mis gustos.

Éstos, mis aficiones, mis inclinaciones, mis gustos, pertenecen en realidad a un mundo que no es precisamente el de los hombres simples. Pertenecen al mundo de los notables, de los hombres y mujeres que disponen de tiempo y de medios para satisfacer esos gustos. Es un mundo estético que se expone o realiza en teatros, en museos, en salones de arte. Es un mundo que se mueve y para moverse en él y con él es vital viajar, conocer sitios y personas, parajes y circunstancias. Es un mundo en el que se hace necesario frecuentar.

Hubo un tiempo en que mansamente acepté sustituir todos esos requisitos por los sucedáneos que la industria de los hombres notables ha preparado para el consumo de los hombres simples. Así, adquirí reproducciones de Van Gogh y de Leonardo, discos de la Filamórnica de Londres, y en lugar de viajar por el mundo coleccioné una buena cantidad de videos documentales. Un tiempo después de haber consumidos estos objetos comprendí que me había transformado en un auténtico tilingo.

Tilingo es una palabra que tiene un uso exclusivamente peyorativo, pero debo admitir que su uso en este caso es justo, y la tengo por bella además. Finalmente, es nuestra, es decir, de nuestro idioma rioplatense. En la parte que me toca, me cabe el término por aquello de persona insubstancial, que dice tonterías y que suele comportarse con afectación. Y aunque son más las veces que me comporto con afectación que las que digo tonterías, acepto el calificativo, por justo y por apropiado. Tilingo fui durante mucho tiempo. Y tal vez algo me quede aún, a pesar de haber arrojado en el fondo de un volquete mis reproducciones de Van Gohg y de Leonardo, mis discos de vinilo de la Filarmónica de Londres, y mi colección de documentales en vhs y en cd. Y digo que tal vez algo de tilingo me quede aún porque, a pesar de haber abandonado el hábito de comportarme con afectación, aún suelo decir tonterías. O escribirlas, que es peor aún. He ahí mi pena.
.



Alfredo Arri.

No hay comentarios:

Publicar un comentario